¿ES NECESARIO EL BAUTISMO EN AGUA POR INMERSIÓN PARA SER SALVO?
- labibliaresponde
- 2 ene 2017
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¿ES NECESARIO EL BAUTISMO EN AGUA POR INMERSIÓN PARA SER SALVO?
La creencia que el bautismo es necesario para la salvación se llama Regeneración Bautismal. Aunque existen pasajes bíblicos que aparentemente llevan a creer esto, un estudio más profundo del contexto de dichos pasajes, y un análisis de los vocablos y la gramática en griego usada en ellos al igual que una mirada integral de las Escrituras tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos llevan a la conclusión que el bautismo es el paso lógico a seguir por parte del creyente en Jesucristo que ya se ha arrepentido y ha sido lavado de sus pecados (que ya es salvo), y no por el contrario un requisito para la salvación.
UNA VEZ CREO EN JESUCRISTO PARA SER SALVO, ME BAUTIZO
La salvación es por gracia por medio de la fe y no por obras
En primer lugar, debemos tener claro que la salvación se obtiene únicamente por gracia por medio de la fe en Jesucristo y no por obras (lo cual incluye también el bautismo); soy salvo cuando creo que Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo, y que Su sacrificio pagó por mis pecados (véase Juan 3.16,18; Juan 3.36; Juan 20.31; Tito 3.5; Efesios 2. 8-10; 1 Juan 5.13; Hechos 16.31). En otras palabras, cualquier cosa que se añada a la fe en Jesucristo como requisito para ser salvos, es una salvación basada en obras, ya que sólo la muerte de Jesús en la cruz nos limpia de nuestros pecados para darnos vida eterna (Romanos 5.8; 2 Corintios 5.21; Efesios 1.7).
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”
(Efesios 2.8-10).
En este orden de ideas, las “buenas” obras son una consecuencia de que somos salvos, son nuestros frutos dignos de arrepentimiento (Mateo 3.8). Una persona que ha creído verdaderamente en Jesús y se ha arrepentido demuestra su arrepentimiento cambiando su manera de vivir (Efesios 4.17-32), y demuestra su fe por sus obras (Santiago 2.14-20) y por su obediencia a la Palabra de Dios (Juan 14.15; 1 Juan 2.6). El “creer” consiste realmente en una fe viva que conlleva a un cambio de mentalidad y a la acción en obediencia al evangelio (Mateo 7.21; Gálatas 5.6; 1.22-24), y no se refiere a la mera aceptación intelectual o teórica de la existencia de Dios: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2.19).
Así, el bautismo es el paso de obediencia que da la persona que ha creído que Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo (Mesías), que lo ha recibido como su único Señor y Salvador, en otras palabras, quien ha nacido de nuevo. Por lo tanto, el verdadero hijo de Dios obedece la Palabra de Dios (1 Juan 2.6; Juan 8.47; Lucas 6.46) y por ende se bautiza; es decir, demuestra su fe (creer) al actuar en obediencia al mandato de bautizarse (Mateo 28.19-20).
El paso lógico a seguir después de aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador es bautizarse
Ahora bien, lo que debemos analizar es lo siguiente: si una persona ya ha creído en Jesucristo para ser salva, ¿por qué no se bautiza? Tomemos como ejemplo el matrimonio; si una persona ha encontrado a la pareja que ama y con quien quiere pasar el resto de la vida, entonces, ¿no es el matrimonio el paso lógico a seguir como ratificación de ese amor? Y si la persona no se quiere casar, entonces la pregunta de fondo es: ¿por qué no lo hace? La respuesta es simple: no se quiere casar porque no está segura de que quiere pasar el resto de su vida con su pareja; no está segura de que su amor es genuino. Por lo tanto, al no querer casarse, la persona está mostrando su falta de compromiso con la relación de pareja, su inseguridad, su duda frente a si esa pareja es la correcta o no. Lo mismo sucede con el bautismo. Si una persona no se quiere bautizar, es posible que no esté segura de su salvación y no quiera comprometerse con su Señor y Salvador porque su amor por Él no es genuino; en resumen, quizá la persona no ha nacido de nuevo.
Vale la pena aclarar que, muchos vinculan el bautismo con un compromiso con la iglesia local y no con Dios. Por tanto, ellos no entienden que el bautismo simboliza la muerte y resurrección de nuestro Señor (esto es, la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida en Cristo – Romanos 6.3-4; Colosenses 2.12), sino que piensan que el bautismo es un rito con el cual se comprometen con la iglesia local. En pocas palabras, ellos piensan que se están bautizando en nombre de una iglesia o congregación, y no en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28.19-20).
También es común ver que algunos no se sienten lo suficientemente limpios espiritualmente para dar el paso al bautismo. Estos creyentes erran igualmente ya que todos convivimos con nuestra naturaleza pecaminosa en nuestros cuerpos de modo que nunca nos sentiremos lo suficientemente santificados para bautizarnos (Romanos 7.15-25), por lo cual, desde el momento de nuestra conversión, experimentamos una lucha interior entre nuestra naturaleza carnal y la espiritual (Gálatas 5.16-17), lucha que persistirá después del bautismo. Lo que debemos hacer es estar seguros de nuestra salvación, y comprometernos a tener comunión con Él diariamente y a vivir en santidad para dar el paso al bautismo, teniendo claro que somos salvos (santos, perfectos en nuestro espíritu), pero seguimos equivocándonos (pecamos porque nos equivocamos, pero sin practicar el pecado - Juan 3.8-9). Por tanto, es necesario tener claro que la decisión de bautizarse es la ratificación de la decisión que ya hemos tomado de arrepentirnos y entregarle nuestra vida a Jesús; cuando aceptamos a Cristo, decidimos dejar nuestra antigua vana manera de vivir para ahora seguir a Cristo viviendo en santidad como Él vivió (1 Juan 2.6; Hebreos 12.14; Efesios 4.24).
El bautismo es la evidencia externa de un cambio interno
Vale la pena mencionar igualmente que, en los tiempos de la iglesia primitiva, la prueba que una persona se había “convertido a una religión” era que ella se bautizaba. Si una persona decía que creía en una deidad o religión, pero no se bautizaba, las personas que la rodeaban no creían en la conversión de esa persona porque no estaba dispuesta a confesar su fe de manera pública. Por el contrario, si una persona confesaba públicamente su fe en Jesucristo a través del bautismo, eso demostraba que la persona había sido transformada en su interior, es decir, demostraba con un acto físico externo (el bautismo) la transformación espiritual que había experimentado internamente (su conversión, su fe en Cristo, su nuevo nacimiento).
El bautismo es entonces la evidencia externa de la transformación que hemos experimentado internamente, como lo demuestra la Escritura:
“… teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo…
… cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.
El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, mas dando testimonio de una buena conciencia delante de Dios) por la resurrección de Jesucristo”
(1 Pedro 3.16,20,21)
En el pasaje anterior, el apóstol Pedro nos dice que, de la misma manera que el Diluvio salvó a ocho personas en el pasado, así mismo el bautismo en agua ahora nos salva. Aunque algunos han visto en este pasaje una “prueba textual” de que el bautismo en agua salva (v.21 “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva”), lo que Pedro nos está diciendo es que el bautismo no quita las impurezas del cuerpo (v.21 “no quitando las inmundicias de la carne”), ni literalmente en la forma de un baño para el cuerpo ni metafóricamente como limpieza de pecados para el alma, sino que es la evidencia externa de nuestro cambio interno (v.21 “sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios”). En otras palabras, el bautismo en agua es un símbolo o representación de nuestra salvación; lo que nos salva no es sumergirnos en el agua (al bautizarnos), sino la “aspiración de una buena conciencia hacia Dios”, lo cual es representado por el bautismo. El pecador primero cree y se arrepiente, y luego se bautiza para confesar públicamente su fe en Jesucristo. Por lo tanto, podemos decir que el bautismo no salva en sí mismo, sino solamente de forma simbólica (como contraparte).
Tómense por ejemplo los sacrificios que los judíos hacían en el antiguo testamento para perdón de sus pecados. El sacrificio del animal no salvaba realmente al creyente, sino que esta ofrenda era una contraparte (complemento, imagen, símbolo, evidencia, testimonio eterno…) de su arrepentimiento; en este sentido, el creyente había sido justificado (perdonado, salvado) en el momento de su arrepentimiento, pero él ofrecía un sacrificio como símbolo de ese perdón obtenido. De la misma manera, el bautismo en agua es el testimonio visible de la fe que el creyente ha tenido en Jesucristo y de la salvación recibida gracias a esa fe.
En adición, como ya se dijo anteriormente, en el primer siglo el bautismo estaba estrechamente relacionado con la fe manifestada por los nuevos creyentes (con su salvación); la evidencia de que alguien había puesto su fe en Jesús para salvación, era que dicha persona se bautizaba en el nombre de Jesucristo (Hechos 2.38). Quizá, hoy se ha reemplazado el bautismo (como propósito para hacer pública la fe) por una “oración de fe” o “confesión pública de fe”, y el bautismo se ha supeditado a un estudio bíblico previo, por lo cual muchos nuevos creyentes lo han pospuesto demasiado; sin embargo, los cristianos del primer siglo procuraban bautizarse tan pronto como habían creído (Hechos 8.36). Es por esta razón que vemos que en este pasaje (1 Pedro 3.20-21) Pedro relaciona al bautismo tan estrechamente con la salvación (como lo hace Pablo en Gálatas 3.26-27), aunque él mismo deja claro que lo que salva no es el ritual del bautismo, sino nuestra unión con Cristo en Su resurrección por medio de la fe (v.21 “sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios, por la resurrección de Jesucristo”).
Por lo tanto, concluimos en esta primera parte que, el bautismo nos salva sólo simbólicamente y solamente en la medida en que es precedido por la fe en el sacrificio de Cristo, ya que es Él quien limpia nuestros pecados y nos justifica (Romanos 3.25-26; 4.5), y además que, el bautismo es la señal externa del perdón de pecados y la transformación que el Espíritu Santo ha hecho en nuestro interior (Tito 3.5).
Además, Al analizar todo el compendio de las Escrituras vemos que, en el momento en que yo creo y acepto a Jesús como mi Señor y Salvador personal, soy salvo a través del nuevo nacimiento producido por el Espíritu Santo y que, como creyente, yo poseo todas las promesas y bendiciones de salvación. En este sentido, la salvación no se obtiene por obras sino por gracia por medio de la fe y, por ende, el bautismo no es necesario para la salvación ya que todo lo que añadamos a la fe en Jesucristo como requisito para ser salvos se convierte en una salvación basada en obras. Esto se comprueba cuando vemos en las Escrituras que, tanto en el A.T. como en el N.T. hubo personas que fueron salvas antes de ser bautizadas. No obstante, aunque el bautismo no es requisito para la salvación, sí es el paso lógico y de obediencia que da la persona que ya es salva y cuyos pecados ya han sido perdonados y, por ende, si un nuevo creyente no desea bautizarse, éste debe reflexionar en cuanto a si realmente ha nacido de nuevo.
Referencias
http://biblehub.com/interlinear/1_peter/3.htm
https://www.gotquestions.org/baptism-1Peter-3-21.html
Santa Biblia, versión Reina-Valera 1995 Edición de Estudio. Sociedades Bíblicas Unidas.
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